EXPOSICIÓN
Tori, Futuro Imperfecto
Acompañan a las fotos textos explicativos y códigos QR que dan acceso a vídeos y diversas grabaciones de campo del pueblo Karajá.
Existe además un gran número de adornos, obras de artesanía y utensilios Karajá con los que enriquecer aún más la experiencia expositiva.
Disponemos por último de dos horas de vídeo ya editadas en las que se recogen los rituales y festejos del pueblo karajá a lo largo de su fiesta anual del Hetohoky.
Siguen a continuación un par de ejemplos de fotos junto a los vídeos a que se tiene acceso a través de los códigos QR, ejemplos de la artesanía karajá, un texto general de la exposición y por último el conjunto de 30 fotografías.
Artesanía Karajá:
Los Karajá, pueblo indígena de la sabana brasileña:
“El río Araguaia discurre mansamente de sur a norte por el corazón de Brasil. Tras 600 kilómetros a través del estado de Goias sus aguas se bifurcan y sólo vuelven a encontrarse tras haber dado forma a la mayor isla fluvial del planeta: Bananal. Con más de 20.000 kilómetros cuadrados de sabana, selva, humedales y playas la isla se rige por dos épocas muy diferentes. Desde octubre hasta marzo casi dos tercios sufren las inundaciones de la temporada de lluvias. Lagos, ríos internos y el propio Araguaia tejen entonces un laberinto de agua que obliga a los animales terrestres a desplazarse hacia las zonas altas en busca de suelo seco. A su vez, los peces y animales acuáticos de los lagos se adentran por unos meses en el río. Entre abril y septiembre, durante la “seca”, el cauce va descendiendo metro a metro, separando de nuevo los centenares de lagos del interior y convirtiendo la ribera del Araguaia en una concatenación de playas blancas y barrancos rojizos. El río, como gran pulmón de bronquios y alvéolos, inhala y exhala de manera anual. Su pleura son hoy los grandes latifundios de soja y maíz transgénicos.
Los Karajá viven en la ribera del Araguaia desde mucho antes de la llegada de los primeros bandeirantes en el siglo XVI. Ya fueron más, alrededor de 10.000 a mediados del siglo XIX, y también menos, unos 600 a mediados del XX. Actualmente unos 3000 se encuentran repartidos a lo largo de 21 aldeas. Una de ellas, Hãwalò, a la que pertenecen estas fotos, es la mayor de todas; quizá se trate del mayor asentamiento Karajá que jamás haya existido, pues antes de la llegada de la comida de supermercado, de las embarcaciones de motor y de la electricidad resultaba difícil la subsistencia de grupos tan numerosos.
Su lengua, el Inỹrybè, perteneciente al tronco Macro-Jê, presenta entre sus rasgos más característicos uno que marca diferencias entre hablantes de sexo distinto: la oposición ‘presencia’~’ausencia’ de un sonido consonántico dentro de una misma palabra: por ejemplo, la capibara (roedor de gran tamaño) las mujeres la llaman “kuè”, los hombres, “uè”. Los Karajá aluden a sí mismos mediante la palabra “Inỹ” (“nosotros”), y todo no-indio recibe el nombre de “Tori”. Los niños aprenden Inyrỹbè de sus madres y sólo más tarde, en la escuela y con el apoyo del televisor, empiezan a defenderse en portugués. No les falta razón a quienes atribuyen a la lengua la función de freno en el proceso de asimilación al mundo moderno y de inclusión en la cultura globalizante de nuestros días. De cualquier manera, todo Karajá que puede permitírselo tiene hoy móvil, y algunos incluso televisión de pantalla plana en el interior de las chozas de ramas de burití. Los motores fuera borda y las lanchas de aluminio son el sueño de libertad y estatus ahora. Sólo los niños se suben para jugar a las canoas de madera talladas a golpe de machete.
Los Karajá desde siempre han sido considerados como una etnia amistosa (“mansa”) y receptiva, gente proclive a la broma y la risa, con lazos familiares y sociales muy arraigados. Esa apertura ha sido a lo largo de la historia su suerte y también su desgracia.
En los últimos dos años y medio he estado grabando un documental que llevará el nombre de “Tori, Futuro Imperfecto” junto a los Karajá de Hãwalò, en la Isla del Bananal. Llegué allí con el compromiso de registrar en imágenes el Hetohokỹ, la gran fiesta que rige el ciclo religioso, cultural y social de la aldea. Con el tiempo fui también enterándome de los muchos problemas a que se enfrentan como sociedad y como individuos. Los Karajá del siglo XXI no ven el modo de compatibilizar su forma tradicional de vida (centrada en la pesca, rodeados de caimanes, nutrias gigantes y peces de cuero) con la tentadora visión de otro mundo, uno mucho más acelerado, ruidoso e hipnótico, que se muestra a través de internet y la televisión. Los mismos problemas que causan estragos entre las comunidades indígenas de todo el mundo, llámense violencia, alcoholismo, prostitución o suicidios están muy presentes en la aldea. De cara al exterior la selva y los indígenas constituyen dos de las tarjetas de presentación de Brasil, pero la realidad del país es otra diametralmente distinta. La naturaleza para el brasileño resulta molesta e inútil, y la sabana, el “cerrado”, es un ecosistema despreciado. En un país de profundas desigualdades sociales, al fondo del saco, por debajo de las mujeres, de los mestizos, los negros, los sin tierra y los pobres se hallan los indígenas; ignorados, denostados y maltratados por todos.
En Brasil existen 305 etnias indígenas conocidas que hablan 274 lenguas diferentes y luchan en primer lugar por la supervivencia y después por la preservación de su cultura. Quizá la única esperanza para los Inỹ sea la de transformarse ellos mismos en Tori, un futuro no resuelto pero que se barrunta, un futuro imperfecto.”
Las 30 fotografías: